Cuando apenas nos
conocimos prometiste que nos volveríamos a ver. En esos tiempos yo no hablaba
mucho, me habían robado la voz. En esos tiempos, vos no hablabas casi nada, no
querías ni sabías como hacerlo.
Cumpliste tu promesa y
volvimos a vernos. Reiteradas veces. Yo empecé a recuperar mi voz, poco a poco.
No fuiste vos el que la trajo de nuevo. Fui yo misma y mis ganas de evadir con
chistes malos y todos esos silencios incómodos que salían de tu
interior.
Diez citas después y
tres meses más tarde, te robé el primer beso.
Mágico, de esos que te
trasportan a otra galaxia, de los que te hacen temblar las piernas. Fue ese
beso lo que me empujó a seguir. Quería más de esa sensación, de esa alegría, de
ese viaje a otra galaxia.
Pero vos ya no estabas
ahí. No de la forma que yo quería, ni de la forma que necesitaba.
Prometiste ser mejor.
Me prometiste tu corazón, tu tiempo y prometiste una y otra vez que no
volverías a lastimarme.
Miles de promesas
tiradas a la basura. Miles de promesas
que nunca fueron más que un montón de palabras sin significado. Ni para mí, ni
para vos. Porque ambos sabíamos que no duraría.
Porque ambos sabíamos
que esas promesas eran solo mentiras.